Así como no hay padres
perfectos, tampoco existen niños que hayan tenido una infancia sin ningún
altibajo; pero no todos viven de la misma manera las circunstancias adversas o
las situaciones traumáticas, como el abandono, los abusos sexuales, los
castigos corporales, las exigencias extremas, la pobreza, la crítica
destructiva, etc.
Boris Cyrulnik,
neurólogo, psiquiatra y psicoanalista, utiliza el término “resiliencia” para
describir la capacidad de los seres humanos para resistir la adversidad.
Según el diccionario,
la resiliencia es la resistencia de un material al choque.
Cyrulnik, habla desde
su experiencia, porque perdió a su familia y pasó parte de su infancia en un
campo de concentración; tuvo que vivir con familias sustitutas y recién comenzó
la escuela a los once años.
Sin embargo, ese
comienzo infeliz no fue obstáculo para llega a ser uno de los fundadores de la
etología humana, ciencia que se dedica al estudio de las costumbres; y un
prestigioso teórico de la resiliencia.
Para Cyrulnik, la
resiliencia consiste en darle sentido a los padecimientos que se sufren en la
infancia y a partir de ese significado poder desarrollar un proyecto de vida
pleno de sentido.
Algunas historias de
vida pueden resultar aleccionadoras para los que están empeñados en
considerarse condicionados por sus experiencias infantiles e insisten en
mantenerse atrapados por esas circunstancias, atinando solo a lamentarse y
negándose a crecer.
Como el caso de las
hermanas siamesas unidas por la cabeza, que lograron sobrevivir y llegar a la
vida adulta compartiendo un órgano vital como el cerebro, circunstancia que
hizo imposible su separación.
Sin embargo, lejos de
cualquier suposición, actualmente, dentro de sus limitaciones, llevan una vida
normal, tienen independencia y una filosofía de vida digna de imitar.
“Hago lo mejor que
puedo con lo que tengo” le dijo una de ellas al periodista que las entrevistó
durante un programa de televisión, dedicado a nacimientos de hermanos siameses.
Reconozco que haber
tenido una infancia feliz es una gran ventaja, pero no alcanza para llegar a
ser un adulto independiente y maduro; al contrario, a veces hasta es un
obstáculo cuando se han establecido relaciones simbióticas.
Cada persona es única
y tiene una forma diferente de asimilar las experiencias, que podrán ser
acreditadas o no a su favor.
Todo depende de la
forma de pensar, porque a veces la adversidad es la que impulsa a rebelarse, a
ser diferente, a luchar con tenacidad, a tener espíritu de iniciativa y ser
responsable.
Existen miles de
ejemplos de inmigrantes menores de edad que fueron embarcados por sus familias
hacia países desconocidos para que tuvieran una mejor oportunidad, y la gran
mayoría logró hacerlo con éxito, porque entendieron el significado de ese
desprendimiento, lo aceptaron y lo superaron, dedicándose de lleno a labrar un
futuro.
La falta de sentido
del dolor, produce estancamiento y confusión. No se trata de justificar el
dolor sino de comprenderlo en relación al futuro, porque si no se lo comprende
hará que esas personas reiteren a otros sus propios padecimientos.
Muchas veces los
traumas han servido para el despertar de la conciencia y ser una persona nueva
que se atreve a hacer lo que nunca hubiera hecho en circunstancias normales.
Las personas
resilientes suelen ser inteligentes, poseer recursos para enfrentar situaciones
difíciles, tener facilidad para relacionarse y fuerza de voluntad, ser
independientes y tener alta autoestima, sentido del humor y esperanza.
Todos nacemos con un
mecanismo autorregulador que nos permite la adaptación a las circunstancias más
adversas; luego, “lo que no nos mata nos fortalece”.
Aprovechemos los
recursos que tenemos y no nos dejemos vencer por la adversidad, porque es una
manera de aprender.
Fuente:”Autobiografía
de un Espantapájaros”, de Boris Cyrulnik, Ed. Gedisa, España.
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