La compasión no es la lastima ni pesar por el
desvalido. La compasión es la que duele con el dolor del otro, pero no se
postra con el; al contrario, cura sus heridas, enjuga sus lagrimas y le da la
mano invitándolo a andar.
Parece ser que la compasión sólo puede tenerse en algunos
momentos de nuestra vida, con aquellos que han caído en desgracia y los
desvalidos. La capacidad de conmovernos ante las circunstancias que afectan a
los demás se pierde día a día, recuperar esa sensibilidad requiere acciones
urgentes para lograr una mejor calidad de vida en nuestra sociedad.
Compadecerse es una forma de compartir y participar de los tropiezos materiales, personales y espirituales que aquejan a los demás, con el interés y la decisión de emprender acciones que les faciliten y ayuden a superar las condiciones adversas.
Por otra parte, pasa el tiempo y vemos con asombro la indeferencia que poco a poco envuelve a los seres humanos, los contratiempos ajenos parecen distantes, y mientras no seamos los afectados todo parece marchar bien. Este desinterés por los demás se solidifica y nos hace indolentes, egoístas y centrados en nuestro propio bienestar
Sin embargo, son las personas que nos rodean quienes necesitan de esa compasión que comprende, se identifica y se transforma en actitud de servicio. Podemos descubrir este valor en diversos momentos y circunstancias de la vida, tal vez pequeños, pero cada uno contribuye a elevar de forma significativa nuestra calidad humana:
- Quien visita al amigo o familiar que ha sufrido un accidente o padece una grave enfermedad, más que lamentar su estado, está pendiente de su recuperación, en sus visitas regulares procura llevar alegría y tener momentos agradables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario