miércoles, 30 de abril de 2014

Hablemos sobre la Juventud de hoy. Segunda parte


Estamos siendo testigos de una caída brusca de los ideales. Ciertos valores sociales y culturales, que fueron fuertes para generaciones anteriores, están, en la actualidad, permitidos, ‘fuera de moda’. Dentro de nuestra cultura, algo se degradó en relación con la autoridad parental y, en particular, con la imagen del padre. Esa degeneración produjo efectos, no garantías. Las figuras que podían centrar autoridad, y no autoritarismo, se devaluaron. La disimetría entre los adultos y los jóvenes es necesaria, pero se está esfumando. Hoy hay paridad entre los padres y sus hijos. Así, se pierden los referentes.

Para las estadísticas mundiales, 1 de cada 5 personas está atravesando la adolescencia, etapa en la cual la personalidad termina de estructurarse y asume un proceso de madurez que decantará en decisiones cruciales para su existencia. Familia y escuela deben asumir un rol más activo en la formación de los jóvenes y acompañar de manera más responsable su inserción en la sociedad. Desde inculcar buenos hábitos alimentarios hasta adoptar una postura más integradora en temas como la orientación vocacional, la inserción en el campo del trabajo, la prevención de enfermedades, la anticoncepción, etcétera. Sin la contención de estas dos entidades, los chicos no tendrán un horizonte diáfano donde procesar y elaborar sus miedos y sus dudas.


El círculo íntimo de un joven debe plantear qué le conviene comer, cómo regular su descanso o el uso racional del tiempo frente a la televisión y la computadora, así como analizar de manera crítica los anuncios publicitarios, la idealización de las figuras mediáticas y el exitismo en desmedro del esfuerzo. Pero el Estado debe fomentar la educación, la investigación, la actividad deportiva –barrial, municipal y nacional–, y las políticas con respecto al uso racional de la sal o a los chequeos preventivos, entre otros ítems. Se trata de que millones de adolescentes hagan gimnasia y no que se tiren en un sillón a mirar cómo lo hacen otros veintidós en una cancha. Hay intereses que apuestan a que esto no varíe. En pos del consumismo –que hace de los jóvenes clientes precoces de comida chatarra–, se desatienden los costos psicológicos o físicos.

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