sábado, 3 de septiembre de 2011

Comportamiento Humano: Celos en Población Adolescente y Adulta



Celos amorosos

Cuando nos referimos a adultos o a adolescentes la palabra celos nos hace pensar de inmediato en un sentimiento - y en una conducta- de un miembro de la pareja respecto al otro. Sin embargo, la existencia de otros referentes celosos (profesionales, sociales, artísticos, etc,) obliga a adjetivar los celos de pareja como amorosos, sexuales o, como hacen algunos autores anglosajones, románticos. Ninguno de estos adjetivos abarca todas las posibilidades: unas veces los celos se tienen de una persona que es la pareja de otra y que el celoso querría para sí: otras veces, no es exactamente el amor, sino el amor propio y el sentimiento de posesión el que los provoca; también, en ciertas ocasiones, la posible infidelidad sexual no se contempla, pero se tienen celos de las atenciones que la pareja tiene para y recibe de una tercera persona.

La persona celosa, hombre o mujer, se siente poseedor absoluto y exclusivo del otro miembro de la pareja.
Esta actitud no supone, por fuerza, reciprocidad; el celoso puede permitirse -y de hecho, muchas veces se permite- para sí libertades de las que no toleraría al otro la milésima parte. Para el celoso, la persona apetecida no debe ser apetecible a nadie más, incluso cuando esta persona, legal o socialmente está vinculada a un tercero y no a él.
Si bien lo común es que el individuo celoso lo esté en función de creer en un acontecer actual, no es rara la existencia de celos retrospectivos y, con menor frecuencia, prospectivos. En el primer caso el sujeto sufre porque su actual pareja ha amado y ha sido amada, es decir, a su entender ha pertenecido a otra persona. Basta, a veces, para desencadenar una reacción celosa, la simple mención del nombre o el casual encuentro con esta persona o con alguien o algo relacionado con ella; en ocasiones, no importa que esta persona ya no exista. Los celos prospectivos hacen referencia al temor que en un futuro se produzcan situaciones que, a juicio del celoso, los justifiquen; así, por ejemplo, una mujer puede atormentarse y atormentar al marido prediciendo que cuando ella sea mas vieja y menos atractiva, él buscará otra.
Las conductas celosas se ponen en marcha muy a menudo tras la ruptura de la pareja. El sujeto que se siente abandonado tiende a pensar que esta situación viene determinada por la aparición de un tercer personaje y reivindica, a veces peligrosamente, “sus derechos” a quien supuestamente ha motivado la ruptura; varios estudios sociológicos lo confirman (Daly y Wilson, 1982). Otros estudios de esta índole coinciden en señalar que la infidelidad sexual del compañero causa en la mujer menor alteración que su infidelidad “emocional” mientras que, por el contrario, el varón se siente mucho mas afectado por cualquier aproximación sexual de su pareja a otra persona. En otros estudios sociológicos (Hawkins,
1990: Bringle, 1995) se analizan los celos en las parejas homosexuales señalando su similitud con las parejas heterosexuales, pero coinciden en que, en varones homosexuales, aún cuando no son infrecuentes las reacciones violentas, las relaciones transitorias fuera de la pareja son, a menudo, mejor toleradas que en los heterosexuales.
El fenómeno de los celos es dimensional, no categorial. Queremos decir con ello que, si bien poseen unos aspectos cualitativos comunes, su intensidad varía no solo de un individuo a otro, sino también en un mismo individuo, en este caso, por lo general, acrecentándose con el paso del tiempo.

Celos patológicos y delirio celo típico
Es difícil, y muchas veces arbitrario, saber cuando un sentimiento celoso empieza a merecer el califi E. González Monclús, Rev siquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 cautivo de patológico. Estrictamente, debería considerarse patológico tal sentimiento a partir del momento que hace sufrir al sujeto, pero todos consideramos normal, por ejemplo, el sufrimiento de un enamorado que se ve rechazado porque el objeto de su amor ha preferido otra persona. Igualmente existe análogo sufrimiento cuando un compañero de trabajo, situado inicialmente al mismo nivel, ha obtenido un ascenso al que el sujeto también aspiraba. El sufrimiento no es, por tanto, condición suficiente - aunque sí necesaria- para otorgar el calificativo de patológica a una vivencia de celos.
Cuando la situación que ha despertado los celos se instala permanentemente en la mente del sujeto, desplazando otros pensamientos o prevaleciendo sobre todos ellos y cuando, en consecuencia, su conducta externa viene determinada por esta situación, no para salirse de ella es, entonces, cuando cabe hablar de celos patológicos.
El comportamiento inducido por los celos es muy variable, dependiendo en parte de la personalidad de quien los experimenta, de su nivel de autocrítica y, como hemos señalado, de la intensidad del fenómeno.
En ocasiones, el sujeto se da cuenta de lo inapropiado de su preocupación, pero no puede obviarla. Como le ocurre al obsesivo, el tema se hace omnipresente, disminuyendo la capacidad de concentrarse en pensamientos alternativos. En estos casos, sobre todo en períodos iniciales del trastorno, el sujeto es capaz de controlar su conducta, respetando el trato correcto tanto con el que considera rival como con la persona que goza u otorga el favor que él cree merecer. El sufrimiento es interno y las manifestaciones externas pueden ser paradójicas, por ejemplo, loando las capacidades o las cualidades de la persona envidiada e incluso cultivando su amistad. Más adelante, o a veces ya desde el principio, el celoso expresa claramente sus sentimientos, procurando desprestigiar al rival, sea éste el presunto seductor de su amada, sea el receptor del trato o de los beneficios que, a su juicio, sólo a él corresponderían. A partir de este punto no sólo sufre el celoso, sino también aquellos que son objeto de sus celos: el cónyuge, que es acusado y muchas veces maltratado, o el rival -amoroso, profesional, social, artístico- que es criticado, difamado o acosado despiadadamente.
La vivencia celotípica puede hacerse plenamente delirante. Esto ocurre cuando la convicción es incontrovertible; cuando la seguridad absoluta de que la realidad es tal como el sujeto la vive y ningún razonamiento, ninguna evidencia objetiva, la modifican en lo mas mínimo. En estos casos, que hay que admitir que constituyen un trastorno psíquico grave.
Hechos tan banales y anodinos como, por ejemplo, la recepción de una llamada telefónica equivocada, cambiarse de vestido para salir de casa, usar perfume o consultar el reloj cuando se acerca la hora en que el cónyuge debe ir al trabajo, son interpretados como pruebas fehacientes e indiscutibles de la infidelidad del cónyuge. En casos de celos profesionales, cualquier conversación del rival con un superior, cualquier referencia al buen trabajo realizado por otro, un simple saludo amable a un tercero, prueban con absoluta certeza la conspiración tramada para perjudicarle.
Hasta aquí hemos contemplado los celos como un desarrollo psicopatológico, en el sentido de Jaspers (1977), pero debe constatarse la presencia de trastornos celotípicos en sujetos con alteraciones cerebrales, fundamentalmente de origen tóxico o degenerativo, más raramente traumático.
En efecto, entre los alcohólicos crónicos son sumamente frecuentes las conductas celosas, muchas veces francamente agresivas: Por lo general se trata de celos amorosos, aun cuando no son raros los profesionales y sociales. En todos ellos cabe considerar diversos factores que, al margen de la predisposición ligada a la personalidad, pueden contribuir a su génesis: la escasa autocrítica, el rechazo social y familiar -y, también, conyugal- que despierta la conducta alcohólica y la disociación entre la psicosexualidad exaltada y la a menudo disminuida capacidad de realizarla. Todo ello se suma a las alteraciones cognitivas y caracterológicas directamente provocadas por el daño permanente que el abuso alcohólico ocasiona en el cerebro del bebedor que, por un lado, puede malinterpretar las actitudes de su entorno, pero que, por otro, ocasiona realmente actitudes de rechazo social y familiar.
Estos sujetos, incuestionablemente enfermos psíquicos, cometen frecuentemente actos de violencia, no sólo cuando están ebrios, sino también en periodos de abstinencia, durante los cuales saben
perfectamente lo que hacen, aún cuando la motivación de sus actos sea delirante, es decir, obedeciendo a convicciones que no tienen base real.
No es raro tampoco que enfermos seniles desarrollen ideas de celos centradas en la supuesta infidelidad de su pareja, a veces tan deteriorada física y mentalmente como el propio cónyuge celoso. En
ocasiones, estas situaciones, si no fuera por el sufrimiento que el sujeto experimenta y, a la vez, infringe a su pareja, resultarían cómicas: un anciano acusando de infidelidad a otro que, quizá, está inmovilizado en cama o en su silla de ruedas. Este tipo de enferCelos, celos patológicos y delirio celotípico.
21 Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 Ellos desarrollan a menudo ideas de expoliación: creen que alguien de la familia les roba el dinero o los objetos que, en realidad, ellos mismos han escondido sin recordar, mas tarde, haberlo hecho. Algunas veces estas ideas van acompañadas del convencimiento de que quien supuestamente les perjudica los tiene envidia y comete estos hurtos con el fin de indisponerle con las personas que deberían quererle, por ejemplo creen que la nuera urde la trama para, desprestigiándole, arrebatar el amor de su hijo.
Conductas análogas pueden presentarse consecutivamente a daños cerebrales, tumorales, vasculares o traumáticos y también por el abuso de drogas, el alcohol entre ellas.

Prevención y tratamiento de los celos

Estrictamente, es inapropiado hablar de prevención y tratamiento de los celos, precisamente por su condición de fenómeno universal, como se ha señalado al comienzo de este trabajo. Sin embargo, puesto que hay factores culturales y educativos que los propician, cabría recomendar a los padres y a todos los que rodean al niño que se abstuvieran de todo aquello que le incite a creer que está por encima de los demás, que sus derechos no implican ningún deber, que por su especial situación de “rey de la casa” todo, incluyendo las personas, le pertenece. Esto no significa, en absoluto, no amarle, sino hacerle comprender que el amor que se le da, que debe ser mucho, no se sustrae de nadie y que nadie le robará este amor, aún cuando los padres, por ejemplo, se amen entre sí y amen a los posibles hermanos del niño en cuestión.
Es también conveniente no provocar celos directamente, ni en el niño ni en el adulto. Algunos jóvenes, de uno u otro sexo, utilizan el coqueteo con terceras personas para potenciar el interés de su pareja; en el fondo, para advertir al compañero o compañera que uno (o una) tiene otras opciones, que podrá ejercer si no se le presta más atención. Este recurso, que en ocasiones tiene éxito, es un arma de doble filo que puede despertar la inseguridad latente y producir, a veces a largo plazo, conductas celosas que, realmente,
deterioren la relación de la pareja. Del mismo modo, en el campo social o profesional es siempre improcedente despertar celos para mejorar el rendimiento o la relación.
En principio, en toda relación humana y muy especialmente en la relación conyugal, debe quedar muy claro qué es y qué no es exclusivo de los dos miembros de la pareja y saber que esta exclusividad obliga por igual a ambos. Con frecuencia, el individuo que mas tarde desarrollará una conducta celosa, ve con desagrado que su pareja, por ejemplo, mantenga una conversación con una persona de distinto sexo; ceder ante esta situación y evitar tales conversaciones no siempre es conveniente, puede ser el punto de
partida para, después, prohibir el saludo a esta tercera persona.
Diversos trabajos (Wiederman y Kendall, 1999; Buunk 1966 y Cols), generalmente procedentes del campo de la sociología, señalan que la mujer suele estar mas celosa de la relación emocional que pueda mantener su pareja con otra persona, mientras que el varón centra más su preocupación en la infidelidad sexual. Esta circunstancia explica qué tipos de relación que el marido considera totalmente anodinas puedan desencadenar celos a la esposa si es él quien las mantiene. Una buena delimitación de lo que es tolerable y de lo que no lo es, establecida al comienzo de la relación, puede evitar la aparición de celos.
Para que esto ocurra es necesario que entre ambos miembros de la pareja haya una total transparencia, que cualquier tipo de encuentro con otra persona se comunique al cónyuge o, por lo menos, que no se oculte. Siempre que se sienta la necesidad de ocultar un encuentro con una tercera persona hay que plantearse el porqué de esta necesidad; no basta que lo justifica la susceptibilidad de la pareja, pues la ocultación de hechos, tanto mas cuanto más banales son, estimula la susceptibilidad.
La educación del individuo en los valores de tolerancia, respeto y reconocimiento de los derechos del prójimo, sería la base remota para prevenir conductas celosas. En un nivel más próximo, la formación adecuada de la pareja, propiciando un buen nivel de comunicación entre sus miembros, puede ayudar en esta prevención.
Una vez desarrollados los celos, si se consideran patológicos por el sólo hecho de su intensidad, es decir, si no hay un sustrato orgánico (alcoholismo, lesión cerebral, etc.) que los justifique y no presentan
las connotaciones propias del delirio celotípico, la intervención psicológica, fundamentalmente el abordaje sistémico de ambos miembros de la pareja, puede ser muy útil, sin excluir ocasionalmente el uso de fármacos que disminuyan la ansiedad o nivelen el estado de ánimo.
Finalmente, cuando hay una patología subyacente, procede el tratamiento del trastorno determinante, aunque sigue siendo necesaria la psicoterapia de la pareja. En los casos realmente delirantes el enfoque fundamental debe ser farmacológico, con antipsicóticos, a sabiendas que .los resultados pueden ser mediocres. Se suele lograr una disminución.

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