sábado, 3 de septiembre de 2011

Comportamiento Humano: Celos Infantiles


Celos infantiles

El niño, en sus primeros meses de vida, no distingue entre su yo y el mundo que le rodea. Este sincretismo va desapareciendo poco a poco dando paso a la percepción -aunque no la idea- de que él es distinto de lo que le envuelve, sean personas u objetos. Sin embargo, todo esto que está fuera de él, que antes había vivenciado como formando parte de sí mismo.




Celos, celos patológicos y delirio celotípico.

17 Rev. Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 de algún modo, es suyo; desarrolla un claro sentido de la propiedad: los objetos que le rodean y, sobre todo, la madre, le pertenecen. Es cierto que la conducta celosa se manifiesta plenamente a la llegada
de un hermano, pero previo a este acontecimiento el niño no suele tolerar que la madre acaricie otros niños o, a veces, al propio marido; no consiente que otra persona use sus juguetes a no ser que lo haga para jugar con él. Aunque muchas veces no se tenga en cuenta, estas actitudes del niño condicionan el comportamiento de la madre, con consecuencias muy variables, desde determinar imperceptibles cambios hasta evitar toda manifestación de cariño hacia otras personas. En este ultimo caso, si afectan a un esposo susceptible, pueden -y esto ocurre con harta frecuencia- deteriorar la relación conyugal o provocar los celos del esposo con respecto a su propio hijo, al que ve como un competidor en relación al cariño de su esposa.
El nacimiento de un hermano desencadena, muchas veces, los celos de los hermanos que le preceden, especialmente si solo había uno. La actitud de los padres puede acentuar o atenuar este hecho. Si el primogénito había sido considerado siempre como el rey de la casa; el único amor de mamá; el mas hermoso de todos los niños o cualquier otra expresión que revele una excesiva sobrevaloración del niño - no el inmenso amor hacia él, que éste nunca es excesivo-, los celos se reforzarán. Como ocurre muy frecuentemente en el tema de los celos, los literatos nos dan una visión mucho mas lúcida que los psicólogos: Miguel Delibes en El príncipe destronado describe magistralmente esta situación.
La respuesta del niño a su vivencia celosa es muy variada. Frecuentemente y de un modo especial en aquellos niños con experiencia de haber sido mas mimados y atendidos en el transcurso de sus enfermedades, aparecen  somatizaciones, es decir, trastornos corporales sin base orgánica, recabando inconscientemente una mayor dedicación de sus padres.
En otras ocasiones el niño celoso adopta conductas regresivas que, como define Hernández Espinosa (1977) son comportamientos, deseos y necesidad propios de una edad inferior a la que tiene el niño, tales como no controlar esfínteres, chuparse el dedo o utilizar los chupetes del hermanito, rechazar sus alimentos queriendo los mismos que recibe el recién nacido, biberón o pecho materno, o volver a experimentar temores o ansiedades –en la oscuridad del propio dormitorio, por ejemplo- que ya había superado y que podrían suponer, como ganancia secundaria, la vuelta al dormitorio de los padres. Sin embargo, el hecho que los celos determinen muy a menudo quejas de malestar físico en el niño no debe enmascarar la posibilidad de que éste sufra un trastorno patológico, Recordamos el caso de una niña de quince meses que, coincidiendo con el nacimiento de su hermanita, empezó a quejarse de dolores abdominales después de las comidas y se aferraba a exigir el pecho materno o el biberón; a esta niña se le diagnosticó una enfermedad celíaca y sus dolores, reales, obedecían a la reciente incorporación de alimentos que contenían gluten en su dieta. La negativa a ir a la guardería, a la que hasta entonces había acudido sin problemas, es también un comportamiento muy generalizado por parte del hermano mayor.
Atención aparte merece el comportamiento del niño mayor con respeto a su hermanito: muchas veces, tras una actitud aparentemente cariñosa y protectora, le inflige disimuladas agresiones físicas, por ejemplo, pellizcos o golpes.
Es evidente que hay una franca correlación entre el comportamiento de quienes rodean al niño -los padres en primer lugar, pero también abuelos y tíos- y su conducta celosa. Los adultos, como muy bien señala  Hernández Espinosa (1997), deben tener presente que los celos son un sentimiento universal de cuya influencia nadie ha podido evadirse. A partir de esta convicción, los adultos deben prevenir su exceso a través de un trato amoroso pero no excluyente
respecto a otros sujetos amados y esta prevención debe ejercerse desde un principio, no solo al nacer el nuevo hermano, ni tan solo a partir del embarazo de la madre, sino desde el mismo momento en que nace el primogénito. Si así se procede, el sentimiento celoso que el niño desarrolle será moderado y tendrá las connotaciones positivas implícitas en alguna de las acepciones de su definición, es decir, serán el estímulo de conductas competitivas y de emulación necesarias para que el individuo se realice en el seno de una sociedad que, como la nuestra, es competitivo-cooperativa.
Los celos fraternales, pero, no son exclusivos del hermano mayor con respecto al que le sigue, sino también de éste hacia aquel, cuando su nivel de desarrollo se lo permite. Así, al propio tiempo que se admira y se quiere emular al hermano mayor, se esta celoso de los “privilegios” de que éste goza: se le permiten cosas que al menor se le prohíben, el mayor goza de un nivel de autonomía que el menor no disfruta, etc. Estos sentimientos pueden cristalizar en sentimientos de rivalidad y de confrontación entre hermanos que perduran en la edad adulta.
La escuela psicoanalítica ha aportado una muy completa interpretación de los celos infantiles, concretamente de los sentimientos de rivalidad recíproca entre E. González Monclús.
18 Rev Psiquiatría Fac Med Barna 2005;32(1):14-22 la criatura y su padre. Según Freud, este sentimiento se inicia tan pronto el niño percibe que la madre es una realidad externa a él y persiste invariable en el varón, mientras que en la niña, alrededor de su tercer año de vida, es el padre quien centra sus preferencias y la madre se convierte en rival. Este proceso, conocido como Complejo de Edipo, sería común a todos los niños y niñas, aun cuando la intensidad de los celos varía de uno a otro individuo. A partir de este proceso, el sujeto desarrolla su capacidad de amar y de competir y, en el futuro, ambas conductas serán normales si la situación edípica se ha mantenido dentro de una normalidad, es decir, si los celos hacia al progenitor “rival” se han simultaneado con sentimientos positivos hacia él, mientras que los comportamientos celosos patológicos del adulto tendrían su raíz en una situación edípica mal resuelta y conflictiva.
Es necesario que los padres acepten la existencia de los celos infantiles y adopten actitudes de comprensión y atenuación: negarlos o prohibirlos es contraproducente.
Deben, en primer lugar, plantearse si ellos también tienen, en cierto grado, celos del hijo y asumir que el amor y la dedicación maternal es compatible con la conyugal. A partir de esta aceptación los adultos procuraran que en todas sus manifestaciones, juegos  incluidos, se haga patente esta compatibilidad. Así, por ejemplo, cuando jugando el padre le dice al niño: la mamá es mía, no tuya, o cuando la madre dice: eres solo mío. Tesoro, estamos marcando posesiones, pertenencias exclusivas y excluyentes que, de algún modo, concitan los celos.

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